lunes, 26 de enero de 2009

Derecho a morir dignamente.



Anoche mi papá y yo estábamos sentados en la sala hablando de las muchas cosas de la vida, entre otras cosas, de la idea de vivir o morir.

Le dije, 'papá, nunca me dejes vivir en estado vegetativo, dependiendo de máquinas y líquidos de una botella. Si me ves en ese estado, desenchufa los aparatos que me mantienen vivo, realmente prefiero morir!'.

Entonces, mi papá se levantó con cara de admiración... y me desenchufó el televisor, el DVD, la computadora, el celular, el Ipod, el XBox y me botó el ron y todas las cervezas!!! ¡COÑO, CASI ME MUERO!!!

martes, 20 de enero de 2009

Momentos


Hace quince años cuando compramos esta casa mi madre me criticó, me dijo que era un ranchón viejo y demasiado caro para lo que era, pero lo cierto es que desde que entré en ella, fue como si en otra vida ya hubiera vivido aquí y además, hubiera sido muy feliz.

Lo cierto es que cada día en algún momento, por más mínimo que sea, siento un corrientazo de felicidad y plenitud que me transmiten estas paredes viejas y ese jardín pequeño y frondoso, sin ir más lejos, esta mañana cuando muy tempranito entré en la cocina a preparar el desayuno de los niños vi una luz amarilla y candente que se colaba a través de las hendijas de la puerta del comedor, me llamó la atención y cuando empujé la puerta batiente me quedé extasiada... la luz del amanecer entraba directo por la vieja ventana y se reflejaba en las paredes amarillas dándole una calidez sobrecogedora, el techo de listones de madera blanca a dos aguas le daba una sensación de... hogar. 
Son esos momentos en los que me digo que Dios de alguna forma existe y esta presente ahí, tomándose el café de la mañana.  Ese es el Dios que me gusta, no el crucificado sangrante que me dice que esta clavado en la cruz sufriendo por mi para que yo me salve del infierno, pero ese es otro tema.

Agradezco esos instantes que son bálsamo para el alma y me conectan con lo bonito de la vida.

domingo, 11 de enero de 2009

La feliz Navidad que nunca es



Para los hijos de padres divorciados La Navidad, esa época dorada, con todo lo que ella implica, sus arbolitos decorados con luces y bolitas de colores, San Nicolás y Rodolfo su reno preferido en cada esquina,  la paz y armonía familiar que suponen hacerse presente, es algo tan forzado como un cuadrado redondo.

Los niños que nos criamos entre dos aguas, siempre cargamos -como una prótesis dental-, esa angustia de querer estar en dos sitios a la vez, la culpa (que nunca fue nuestra) de algo que se rompió, la ansiedad de estar "bien" con “los dos”. Todos esos sentimientos que permanecían a fuego lento durante todo el año, hacían ebullición cuando llegaba la famosa Navidad.

El 24 lo paso con mi mamá y el 31 con mi papá, o… ¿al revés? ay! pero pobre papá/mamá que no voy a estar con él/ella el 31....   (¡qué locura!)
Aquello suponía la mayoría de las veces tener que viajar de un extremo del país al otro, o de un continente al otro, solita en aquellos fríos aviones para ir a pasar la otra fecha con papá… o mamá? Todo dependía del “arreglo” de ese año.

Todas esas maromas van quedando grabadas en el alma como palabras-heridas que se le hacen al tronco de un árbol con una navaja, el tiempo pasa, se crece, se madura, pero cuando viajas a tu interior y registras, encuentras que todavía están ahí, palabra por palabra que puedes leer claramente.

Hoy, a esas fechas, se le suman otros aliños amargos propios de la vida misma, los ausentes, los que se fueron, la nostalgia de lo que pudo ser y no fue, de lo que todavía pudiera ser y simplemente es un imposible, y en último caso, el paso del tiempo, la consciencia de la finitud, que nos grita y aturde con las doce campanadas del 31 de Diciembre.

Yo me quité la careta y lo digo ya sin que me importe ofender la sensibilidad de los demás, esta época no me gusta, no me gusta ni un poquito, no me gustan los regalos inservibles, no me gusta que me regalen por cumplir, no me gusta regalar por obligación, odio los quince mil adornitos-basura regados por toda la casa, NO-ME-GUSTA, y punto.

Me gustan la hallacas, eso sí, el pan de jamón, el pernil, la ensalada de gallina, el dulce de lechoza, y el vino tinto, por eso, ya antes del 24 le he hecho la primera visita del año al proctólogo porque mi tubo de escape se va a la ruina con los excesos. Y es que si no es así, ¿cómo se sobrelleva tanto exceso de equipaje?

El que esté libre de culpa que lance la primera piedra.